He aquí que lo hago todo nuevo.
“Las mujeres salieron corriendo del sepulcro. Estaban asustadas y asombradas, y no dijeron nada a nadie por el miedo que tenían.”Mc 16:8. Los primeros manuscritos del evangelio de Marcos terminan con este versículo. Para nosotros creyentes del siglo 21 es algo raro terminar una historia tan central de una forma tan brusca y en un tono tan negativo. Todo el rumbo de la narrativa de Jesús es, de alguna manera, puesto en duda por las mismas personas que estuvieron más cercanas a él, y posiblemente las mismas que acarrearon la antorcha hasta la nueva etapa de la historia de salvación. A pesar de que el evangelio de Marcos se extendió, en una etapa posterior, con otros 10 versículos, la narrativa de la resurrección es muy escueta y se acaba rápidamente.
¿Qué está pasando aquí? Me llama la atención una cita de Blasé Paschal cuando dice que “en la fe hay suficiente luz para aquellos que quieren creer y suficientes sombras para tapar los ojos de los que no creen.” La fe puede ser complicada, requiere que la persona la abrace enteramente y también que se arriesgue. La certeza, y no la duda, es el enemigo de la fe. Para muchos de nosotros que crecimos en un ambiente de fe, a quienes se nos contó la historia de Jesús una y otra vez, que nos adentramos más en el misterio de nuestra salvación a base de estudios o del compartir de la Palabra, damos por contado las luchas de aquellos que dieron testimonio de Jesús en su momento histórico. Nada era blanco y negro. Todo lo que un día parecía claro y cierto acerca de él se ponía rápidamente en duda al día siguiente por alguna de las autoridades religiosas o por el mismo modo de actuar de Jesús. Por lo tanto, el creer en la totalidad de la historia de Jesús fue un proceso complejo.
Para los primeros cristianos, la Pascua no se repetía necesariamente todos los años en la misma fecha, sino que fue un proceso de un año entero para caer en la cuenta de lo que pasó con Jesús y el impacto que dejó en sus vidas. La Pascua fue un suceso concreto: era una persona real por quien hicieron duelo y por quien después se alegraron personalmente. Era algo tangible en sus vidas y se expresaba de una manera creativa.
Por otro lado, siglos de fe, cultura, tradición y también la tendencia a armonizar distintas corrientes de pensamiento, han producido una Pascua que hasta el año pasado todos conocíamos bien. Se celebraba en la fecha del calendario lunar y nuestro humor se afinaba con el tiempo litúrgico del año. Estos poderosos símbolos nos ayudaban de una manera a adentrarnos en el Misterio pascual.
Pero este año es diferente. Sin planearlo ni esperarlo, para nuestra gran sorpresa, todo lo que era para nosotros rutinario y esperado ha tenido que ser abandonado radicalmente por esta pandemia. Repentinamente nos encontramos encerrados, aislados, despojados de las preocupaciones y el bullicio normales de las fechas y privados lo esencial y lo tan no esencial de nuestras prácticas de fe. Para muchos, como no hay ninguna de las manifestaciones externas, la Pascua se convertirá justo en otra fecha más en el calendario. Pero, para otros, éste es un momento de gracia: tal como lo fue para las primeras comunidades cristianas, esta Pascua será como aquella primera: silenciosa, sin ostentación, desnuda, vivida con los que son tan cercanos como para estar encerrados con ellos en cuarentena.
Esta es la prueba de la madurez de nuestra fe. Aquellos que se arriesgan, como las mujeres que fueron a la tumba por amor a recoger lo que quedaba de Jesús, podrían encontrar al personaje central de la Pascua y no el lenguaje simbólico que lo rodea. Este año, muchos de los símbolos estarán silenciosos y quizás sea una buena oportunidad para ver dónde nos encontramos en nuestra relación con Jesús. La presencia de la duda y el temor hará de nuestro encuentro con él algo real y personal. Tal como las mujeres, también nosotros podríamos tratar de comunicar nuestra experiencia a aquellos con quienes vivimos cerca, y volvernos misioneros bajo el techo que llamamos casa o comunidad. Al igual que el evangelista Marcos, siento que en este estadío temprano de esta nueva experiencia no se puede comentar mucho, sino confiar mucho.
En la película ‘La Misión’ de 1986, después de que el virus de la codicia destruyera toda una tribu en la Amazonia, el productor del film nos presenta una última escena: unos pocos niños pequeños montando en sus canoas, remando río abajo – empezando de nuevo. Es una escena agridulce de pérdida y esperanza. Los nuevos comienzos traen consigo estas posibilidades, las de arrojar la piel vieja y de asumir nuevos retos. Quizás, sin esta pandemia la Pascua habría sido una repetición del pasado. En la situación actual, la Pascua puede presentarse como una posibilidad de reinventarnos, tanto personalmente como en cuanto Iglesia, dejando que Cristo sea menos un símbolo y más una relación personal.
Pues Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva
y el pasado no se volverá a recordar más ni vendrá más a la memoria.
Que se alegren y que estén contentos para siempre por lo que voy a crear.
Pues Yo voy a hacer de Jerusalén un Contento y de su pueblo una Alegría.
Les deseo una bendita Pascua
P Mark Grima mssp
Superior General